nurit kasztelan

Convivir con la ambigüedad

Lee un texto del alemán
y encuentra la palabra
que indica lo que le pasa.
Se traduce lust por hambre,
o por libido; pero no designa
con exactitud
lo que a ella le pasa;
esa voracidad, esa necesidad
que nunca se sacia.

Envidia el idioma alemán
que usa la misma palabra
para indicar deseo
y a la vez placer
para designar la necesidad
y la satisfacción
de esa necesidad.

Su lengua carece de esa palabra.
Es la dicción
pegada a la mandíbula
la que no deja pronunciar
aquello que le falta.

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Algo se pierde, no todo se transforma

Tenés una pesadilla, él reaparece
y no querés que vuelva. El miedo
se torna un corpiño incómodo.
A ciertas horas de la tarde todo
se hace más artificial,
la luz demasiado pálida y el temblor
se convierten en una secuencia perturbadora.
Te enamoraste, sabías
que podían asfixiarte si te abrazaban
pero el asesino desapareció
y las plantas de tu casa
reviven solas.


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Nurit Kasztelan (1982, Buenos Aires)

Nació el 16 de septiembre de 1982. Publicó los poemarios Movimientos incorpóreos (Huesos de Jibia, 2007) y Teoremas (La propia Cartonera, Uruguay, 2010). Coedita la revista virtual No-retornable para la que tradujo, junto a Mariana Terrón a la poeta italiana Alda Merini.

enrique campos

XV
Una noche la luna bajó de su agujero en el cielo y se sentó sobre el banco de una plaza.
Del mismo tamaño que cuando ilumina a las estrellas, no fue reconocida por ninguno de los que la vieron.
Se quedó en silencio.
Una naranja pensaron algunos, un copo inmenso de nieve otros.
Los pasos ocupados iban y venían por las calles, los gritos de festejos y enojos se oían en todas partes.
Sentada en la vereda, dejó que su llanto se oliera. Cada lágrima representaba una imagen compartida con el aire.
Estaba tan sola que no se animó a hablar.


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XIV


Las hojas muertas de un otoño se amontonan en el patio y conversan entre ellas detrás del viento.


Sobre baldosas opacas, una silla mecedora se entusiasma con la lluvia. Ha roto alguna de sus ataduras y se ve su alma de madera protegida del tiempo.


El balde de un niño grita desolado sobre el aljibe temiendo lo peor. En el fondo se oye el eco de los cantos florales.


Sobre chapas que cubren artefactos, se duplica el cielo de esta primera tarde. La nostalgia verde moho rebalsa de un alma extraviada en el cambio constante.



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XVI


Desorientado en calles conocidas, huele su pasado contra el suelo como si caminara delante de él. Agitado por miedos que creyó haber desterrado, hunde el hocico en los trazos húmedos de un asfalto anónimo.


Caras llenas de un dolor que se le anticipa; rostros demacrados por la incertidumbre y la ignorancia que acumularon por años.


Sin ser descubiertas, cien lágrimas metálicas ruedan sobre la arena para mostrar todas las estrellas que las componen.


Un grito de auxilio. La luz de un brote mágico intenta en vano detenerlo en el tiempo. Se frena en los ojos profundos de una niña que busca un sapo entre las raíces de un gomero. La aventura termina en la memoria.



Estos poemas pertenecen al poemario Uno y todos los posibles (paradiso ediciones, 2011).


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Enrique Campos (1982, Buenos Aires)

Publicó los poemarios Las edades de un monstruo (Huesos de Jibia, 2009) y Uno y todos los posibles (paradiso ediciones, 2011). Su página personal es: www.enrikecampos.com